Declaración de intenciones
“¡Yo soy yo y punto!” Una respuesta que no aceptaría en ninguno de mis exámenes, pero es una de las máximas que últimamente me repito como grito de guerra o de ánimo, o incluso de autoconvencimiento - ¡qué sé yo! El caso es que a lo largo de esta tortuosa adolescencia que me persigue – nunca dejaré de ser una adolescente, máxime conviviendo cada día con ellos- siempre he querido cambiar algo de mí misma, tan solo por el hecho de haber pensado que con ese cambio sería adecuada. ¿Adecuada? Sí, idónea para alguien: el chico que me gustaba, la profe de matemáticas, mi padrino, las novias de mis amigos, mi tía, mis amigas… A veces me planteaba cambiar por completo mi forma de vestir o de peinar, es decir, colocarme un poco los rizos; otras veces, maquinaba cambios mucho más radicales: ideología, gustos literarios, formas de expresarme… Las veces que ahora más miedo me dan son aquellas en las que quise ser otra persona. Esas ocasiones en las que deseaba llamarme de otro modo - ¡Carmen, ...