Puñeteros

- ¡No desaparezcas, por favor! - No lo haré. No soy así. Y te creí. O, por mejor decir, nos lo creímos a pies juntillas. Tú, no solo no desaparecías, sino que fuiste haciendo tu presencia más real, más tangible. Y lo hacías sin pedírtelo. Solo te rogué una cosa, una ínfima cuestión... Y ahora, me enfrento a un escritorio vacío; a cajones puñeteros llenos de emociones vacuas; y a recuerdos que brotan cuando menos me lo espero, cuando menos lo necesito, cuando mejor puedo estar. Y, ahora sí: -¡Vete! Acaba de marcharte. ¡Desaparece! Libélula