Expectante

Entré en el bar porque en la terraza hacía bastante frío. La humedad a la orilla del mar se te cuela por cada recoveco de tu cuerpo y tardas en acostumbrarte a ella.

- ¿Me pone un café, por favor?
- ¿Con leche?
- Sí. Muy caliente y en taza. Gracias.

Me dirijo a una mesa cerca de la ventana. Me encanta esta cafetería porque desde cualquier punto se puede ver el mar; sin embargo, prefiero sentarme cerca de la ventana. Me imagino sola en el establecimiento. Saco mi libro del bolso y sigo leyendo mientras espero el café.

- Aquí tienes, guapa. Cafelito con leche hirviendo - me dice el camarero con mucha guasa.
- Gracias. Ahora a soplar- respondo yo, sonriendo y abriendo el sobrecito de azúcar.

El camarero vuelve a dejarme sola en mi rinconcito y yo vuelvo a mi lectura. Tomo pequeños sorbos de café y las páginas de mi libro van menguando. Cuando me doy cuenta ha anochecido. Odio las tardes de invierno que se convierten en noche cerrada a las 18:30. Pido un vaso de agua y pago la cuenta. Llevo tanto tiempo en la cafetería que el camarero guasón ya no está. Habrá acabado su turno, pienso.

Salgo a la calle y decido caminar por el paseo marítimo. Hay poca gente fuera: algunos corredores y un par de parejas mayores caminando a paso apresurado. Me apoyo en la balaustrada y alguien se deja caer cerca de mí.

- Cafetera, llevabas tiempo sin venir - me dice a través de una sonrisa impecable.
- ¡Ey! No te conocía sin tu delantal.
- Suele pasar, sin delantal pierdo mucho. Ya sabes, a las tías os gustan con uniforme.

El camarero guasón no deja de serlo ni cuando ya no está de cara al público.

- Creo que no has pillado mucho lo de los uniformes, ¿eh? ¿Aún no te has marchado?
- No, te esperaba. Te he visto tan ensimismada en tu lectura que no he querido interrumpirte- ahora parece más tímido.
- Y qué querías decirme- despierta en mí una curiosidad inusitada.

Duda y mira hacia al mar. Yo no dejo de mirarlo porque apenas he cruzado algunas palabras con él. Es la primera vez que lo veo fuera de la cafetería. Ni siquiera sé su nombre.

- Bueno, hace unos días vino- lo dice sin mirarme, con sus ojos fijos en la oscuridad del mar.
- ¿Vino? ¿Quién vino?- pregunto extrañadísima. Soy nueva aquí: ¿quién va a buscarme?
- El chico con el que viniste aquí la primera vez. Os sentásteis en la terraza, tomásteis dos cervezas.
- ¡Ah, Álex! Pues ya lo has visto más que yo- respondo intentado ser irónica y que no se note la ilusión por la noticia.
- Pensé que era tu novio pero cuando preguntó si venías a menudo supe que no- parece contento ante su deducción.
- ¡Vaya! ¿Y que le dijiste?
- La verdad: que vienes algunas tardes a tomar café mientras lees. Solo quería que lo supieras.
- Gracias, pero vaya de poco me vale que pregunte por mí al camarero de mi cafetería.

Nos reímos, aunque ambos lo hacemos de modo forzado.

- Gírate - me pide y yo le hago caso- ¿ves?
- Sí, una terraza vacía. Hace mucho frío.
- No, una terraza expectante- sonríe de nuevo de un modo que me atrae demasiado.
- ¿Y qué espera?
- Gente, gente nueva, gente que ya ha estado. Pero ella no se esconde tras una ventana- me mira fijamente, casi desafiante.
- Ni tampoco detrás de una barra y un delantal, ¿no?


Luciérnaga

Comentarios

  1. A veces escribo y al leerme descubro cosas que mi subconsciente me dice a través de mis letras.

    Luciérnaga

    ResponderEliminar
  2. Respuestas
    1. Muchas gracias. Para mí es un placer que lo hagas (aunque seas anónimo).

      Eliminar
  3. ��������

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario, pero no descifro tu mensaje. Espero que signifique que te gustó.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

"Mujeres que compran flores", de Vanessa Montfort

"El síndrome de Bergerac. Una comedia heroica", de Pablo Gutiérrez

"Las hijas de la criada", de Sonsoles Ónega