Recuerdos en flor

A la entrada de casa tengo una hilera de naranjos que, tras las incesantes y cansinas lluvias, están en flor. Da igual la hora del día en la que salgas a la puerta porque todo está impregnado de ese olor tan característico, tan nuestro; quizás, también tan mío. Me crié corriendo y gritando en una plazoleta repleta de naranjos en flor. Una plaza que cambia el aroma a azahar por el de nardos en verano. De modo que, degustar ambas fragancias me lleva a revivir infinidad de recuerdos. Entre los naranjos de mi calle hay estratégicos bancos. En cada ciudad en la que he vivido, he encontrado un lugar así; aunque es la primera vez que lo tengo tan cerca de mi casa, de mi sofá. Así que he optado por usar el banco en lugar del sofá en alguna ocasión: para leer, hablar por teléfono, estirar después de correr…

Tengo la convicción de que los lugares poseen memoria. Igual no es que recuerden nada, sería absurdo pensar eso; sin embargo, nuestra jodida cabeza asocia y nos juega malas pasadas. Precisamente eso fue lo que me ocurrió no hace mucho:

No sabía qué palabras tenía que articular. No tenía ni idea de qué hacer, de qué camino tomar. Alguien me decía que vivir solo tiene muchas cosas negativas. Es cierto. Hay momentos en los que desearías compañía en todos los sentidos; quienes no han vivido solos no pueden entenderlo, pero es que la independencia no siempre significa libertad. Quizás fuesen esos momentos, de desear algo o a alguien más, los que me hicieron dar mil vueltas, plantearme infinidad de posibilidades.

Y mi cabeza recordó, asoció ideas: un banco, dos personas, miradas que se cruzan por primera vez, manos que desean estar entrelazadas. La muy puñetera me mostraba también imágenes desde ese mismo banco en el que dos personas se miraban por última vez, de manos que se rechazaban de la forma más sutil y, al mismo tiempo, más tajante.

Puñetera pero certera. Acabó por aclararme, por recordarme que mi soledad tiene aspectos muy positivos que me hacen sentir libre, independiente, fuerte, sabia: ¡yo misma!

No renuncio a volver a sentarme en ese o en cualquier otro banco; aunque, francamente, creo que si llega esa tarde en la que me siente con quien merezca la pena de verdad, los recuerdos no acudirán a esa cita.


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