Los mismos ojos

La pesadilla se repetía. Despertaba empapado por su propio sudor, se metía en la ducha e intentaba desconectar por completo. El café, bien cargado, lo activaba para salir a correr antes de irse al trabajo. Ese momento del día le hacía sentir libre.

Una vez en el trabajo, la angustia no cesaba. El ambiente estaba cargado o, quizás era su propia actitud que lo enrarecía todo. A medida que el día iba menguando en horas, su cabeza y su cuerpo iban perdiendo también fuerza e intensidad. Así un día tras otro.

Al anochecer, sentado en su lugar preferido de la casa, con un libro entre manos y disfrutando del aroma de su jazmín; dejó volar sus pensamientos. Y en pleno vuelo, estos se volvían positivos: en su vida solo había una cosa por la que merecía levantarse cada día. Esa cosita tenía una preciosa sonrisa y unos ojos azules muy parecidos a los que se reflejaban en el espejo cada vez que se asomaba.

Luciérnaga



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