El Camino

Aún no me había sentado frente al folio en blanco para dejar por escrito mi experiencia haciendo el Camino de Santiago (la primera de muchas, espero). El mes de agosto lo comencé andando, madrugando para caminar, trasnochando para pensar. Y lo he continuado, casi hasta su fin, disfrutando del pueblo, de los amigos, de las tradiciones y de la familia, sobre todo de la familia. Ahora, con un poco más de calma y casi preparando las maletas, echo la vista atrás.

Solo fueron seis días los que dediqué al Camino, pero fueron jornadas intensas. Mucha diversión y mucha reflexión. Creo que todo el que lo hace acaba contando lo bueno, también tiene cosas malas: dolor, cansancio, heridas, ausencias... Y lo más paradójico es que esos dolores y esas heridas, algunas veces, las llevamos ya de casa. A quien nunca ha vivido una experiencia de este tipo, igual le suena todo a idealización y mero postureo (en parte yo también lo pensaba); sin embargo, caminando conmigo misma he descubierto cosas de mí que mi yo más íntimo me gritaba y que no escuchaba. El silencio y tranquilidad de los bosques gallegos han permitido que le haga un poco de caso a esa Luciérnaga gritona que llevo dentro de mí.

No he cambiado, sigo siendo la misma Luciérnaga que intenta iluminar tanto a los demás que a veces se queda a oscuras. La diferencia, el punto de inflexión es que ahora lo sé; lo pongo por escrito. Pienso repetir porque me ha encantado enfrentarme a algunos miedos, porque he conocido a gente buena y porque lo he hecho con la de toda la vida.

Luciérnaga

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