Quiero flores

"Cuando la vasija se disculpó ante el aguador por todas las pérdidas que le había supuesto, este solo pudo pedirle que lo acompañara al sendero para mostrarle todo lo que juntos habían conseguido. La vasija agrietada no lograba entender lo que su dueño quería mostrarle; y, en realidad, lo tenía delante de sus narices. El sendero estaba repleto de flores gracias al agua que ella misma había derramado por sus grietas".

Me permito parafrasear el final de este cuento, del que no se sabe muy bien su origen. No hace mucho me lo contaban en la "ciudad de los cuentos", paseando por sus calles; y, hoy, casi por ensalmo, acabando el único libro que he leído de Bucay, me lo he encontrado.
Presiento que todos los libros de este autor argentino invitan a la reflexión y a la creación de nuestras propias conclusiones. Bueno, ¿y qué autor no acaba consiguiendo eso, aunque sea de forma no intencionada? Lo cierto es que empecé a leerlo sin saber muy bien qué iba a encontrarme y eso, de entrada, me da un poco de miedo sobre todo si lo haces aconsejado por alguien. Leí mucho al principio pero soy más de novela histórica, policíaca, de aventuras o negra; y me costaba mucho no tener un hilo concreto del que tirar porque mis pensamientos y reflexiones se iban por otros derroteros, casi siempre por los de lo personal. Haciendo memoria de mi experiencia en las situaciones que se le presentaban a los protagonistas de la historia (Fredy, Roberto y Laura), me daba cuenta de mis errores, de mis meteduras de pata en tantos aspectos...
Ha sido un acierto leer este "Amarse con los ojos abiertos" así: a trompicones, masticando todo aquello que se decía o, al menos, lo que más me llamaba la atención; porque creo haber descubierto un par de cosas que no quiero y que siempre encuentro porque las busco (ya se dice, y bien, que somos el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra). Quizás, ese leer poco, a sorbitos, no se debía a otra cosa que al hecho de estar huyendo de mis propios pensamientos, de mis conclusiones más íntimas. Quizás.

Lo cierto es que en unos días, tendré que enfrentarme al encuentro conmigo misma, bueno y con mi mejor amiga que, me conoce como nadie y que conseguirá sacar a la luz todos esos pensamientos que ni siquiera quiero pronunciar en voz alta, ni dejar por escrito.



¡Muy bien, Luciérnaga! Todo este texto después de más de una semana a qué viene. Pues viene, querido lector, a colación del sendero repleto de flores. Sí, da la casualidad de que intentaré ordenar mis pensamientos haciendo un camino y sé que será duro en todos los aspectos. Y viene, también, porque en estos momentos no sé si soy el aguador que intenta no desechar una vasija rota o si soy yo esa vasija. Viene, como puedes comprobar, a que necesito algunas respuestas y muchas de ellas solo puedo procurármelas yo. Lo que tengo claro es que quiero que en mi camino, en el que llevo y en el que me queda, haya flores; ya sea porque voy derramando agua por mis grietas o porque voy tirando de alguna vasija que necesita un empujón, pero ¡quiero flores!




Luciérnaga

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