Grabando

 Mi respiración se hacía cada vez más acelerada. Se asemejaba al ritmo de cuando descolgué el teléfono de madrugada, hace apenas una semana. También era parecida a la que, no hacía ni dos días, marcaba mi pulsómetro en el pasillo del hospital. Pero, justo ahora, no tenía nada que ver con todo lo que invadía y emborronaba mi cabeza. 

El corazón amenazaba con salírseme por la boca porque no corría como siempre. Lo hacía como un loco, como si la vida se me fuera en ello. Y quizás sí, esa era la descripción: la vida se me estaba yendo. Se me había ido en dos semanas. Y aunque, mi positividad, mi energía de siempre, estaban ahí; mi cabeza no ejecutaba las conexiones necesarias para que se aunaran. 

Tenía sed. No veía ninguna fuente cerca. Tampoco paré a mirar. Seguí corriendo como si tuviera un rumbo fijo. Notaba mis pulmones al máximo rendimiento; y ni mi acordaba de mis piernas. La sed dejaba un regusto pastoso en mi paladar. Llevaba dos días sin hablar apenas, lo mínimo. Me percaté de ello y me sentí como un imbécil. 

Aminoré el ritmo hasta pararme a un lado del camino. Estaba atardeciendo. Saqué mi teléfono, del que estaba pasando por completo, y vi que tenía notificaciones de todo tipo. No sabía qué responder; no quería. Quizás, solo a una, que estaba camuflada entre tanto dolor, entre tanta mierda que me ahogaba. Me aclaré la garganta para grabar un audio: “Estoy bloqueado, perdóname. Necesito ese abrazo”. 



                                                                                                                                 Libélula

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Mujeres que compran flores", de Vanessa Montfort

"Las hijas de la criada", de Sonsoles Ónega

"El infinito en un junco", de Irene Vallejo.