"La tabla de Flandes", de Arturo Pérez Reverte.





Parapetarse tras una obra de arte para proteger a una ahijada, para asesinar sin escrúpulos o para escribir una magnífica historia. Esa es la finalidad de esta novela de Reverte. Llegó a mis manos gracias a la recomendación de un gran amigo del autor. Al principio pensé que recomendarse entre colegas era lo idóneo; sin embargo, decidí darle la oportunidad, sobre todo por el poso que las letras del académico pudiera dejar en mí. 

Ha sido una odisea su lectura, que se ha prolongado en el tiempo más de lo que yo misma pretendía. Pero como toda buena partida de ajedrez necesita su tiempo, esta historia ha requerido el suyo conmigo. 

Julia es nuestra protagonista. Restauradora de arte a la que le encargan restaurar "La partida de ajedrez" de Van Huys. Hasta aquí todo normal. La situación comienza a hacerse más interesante cuando descubre detalles entre las capas de pigmentos que probablemente revaloricen el cuadro. Casi por ensalmo, empiezan a acudir tasadores, coleccionistas, galeristas y todo tipo de personajes acabados en -ista con una clara misión: sacar el máximo con la venta del Van Huys. 

La muerte de Álvaro, profesor de la universidad y antiguo amante de Julia, supone el primer reto al que esta se enfrenta. Todo con la inestimable ayuda de su querido César, anticuario, y de Muñoz, jugador frustrado de ajedrez pero resolutivo y matemático. 

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