Paralizada

En septiembre ya me sentí un poco así, como estoy ahora. Y no me refiero a confinada. La presión de los actos sociales, de lo que está estipulado, a veces me sobrepasa.

Me gusta la vida que tengo, me gusta tenerla por mí misma. Ser yo la que ha decidido siempre qué quería en ella y qué no. Unas veces acertando y otras equivocándome, como todo el mundo. De esos errores, tarde o temprano, he aprendido algo que he conseguido aplicar a mi desarrollo personal. Y hasta aquí: todo bien.

No cargo con ningún trauma, con ningún rencor. Las cosas pasan porque tienen que pasar así y ya. Son resultado de una serie de decisiones y actos concatenados que llegan a un resultado final. ¡No hay más!

¿Mi mayor miedo? Por ahí anda. No lo tengo atado, ni enjaulado. Campa libre y a sus anchas porque mantenerlo a mi lado, sería estar constantemente pensando en él. Y creo que esa actitud no es positiva para la mente, al menos para la mía no.
Sin embargo, como decía al comienzo, los actos sociales, lo estipulado, lo marcado por la edad: ¡me paraliza! Son décimas de segundo pero estos días se mantiene un poquito más en mí, aunque yo no quiera verlo.

Es raro, pero sentarme frente al folio en blanco, consigue organizar mis pensamientos y pone de manifiesto aquello que en el día a día no veo. De modo que, he cogido el folio y me he puesto a escribir sobre él. Quizás con infinidad de giros que me hacen ilegible para el lector. No obstante, para mí, querido lector, está siendo más que una mera entrada. Se trata de un modo de poner sobre el papel el deseo de algo tangible. No es solo envidia (de la buena) sino algo más que va más allá de mis palabras, a veces, inconexas. Mucho más allá de una pregunta por Whatsapp o por Instagram con un beso lanzado en la distancia, a muchos kilómetros.

Luciérnaga

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